Por Olga Portuondo Zúñiga *

Explorar la cualidad heroica de la comunidad de hombres que han habitado, a lo largo del tiempo, la ciudad de Santiago de Cuba no es oficio difícil si conocemos su pasado, aun aquel más reciente.

Basta remitirse a aquellos momentos de los siglos XVI y XVII, cuando la tenacidad de sus habitantes hizo posible la permanencia al fondo de la hermosa bahía, a pesar de terremotos y ataques constantes del corso y la piratería. Las frecuentes agresiones inglesas a su territorio, luego de la conquista de Jamaica, llevaron a las huestes criollas a combatir en el Caribe foráneo, y el éxito en las operaciones valió para que la Corona española otorgara a la ciudad el título de “Muy noble y muy leal”.

Es en 1741 que la hidalguía criolla de los descendientes y mestizos de aborígenes, españoles y africanos, trascendió las fronteras de la isla de Cuba al impedir la toma de la ciudad mientras se llevaban a cabo los intentos de una expedición británica, de unos 8 000 hombres, dirigida por el contralmirante del mar azul Edward Vernon y el general Thomas Went­worth. El hostigamiento de las milicias y del ejército regular, además de las enfermedades, impidió el avance inglés y la construcción de una base naval en la costa oriental de la bahía de Guantánamo.

No es ajena a esta historia de va­lentía la lu­cha de varias genera­ciones de descendientes de aquellos cientos de bozales angolanos que trabajaron en el Real de Minas de Santia­go del Prado. Los llamados cobreros exigieron su derecho a la autodeterminación y el recono­cimiento de su comunidad criolla —expresada mediante su devoción a la virgen de la Caridad del Cobre— hasta que por Real Cédula de 1800 les fue concedida la libertad. Su ejemplo se extendió a las clases y estamentos desposeídos y se convirtió en leyenda de integridad humana.

Una conciencia política democrática se forjó bajo la influencia de la ilustración y las experiencias vecinas de Haití y Jamaica, del arribo de inmigrantes, soldados y oficiales del continente irredento, de la divulgación de la Constitución gaditana. Y en 1836, cuando el gobernador departamental Manuel Lorenzo proclamó por tercera ocasión la Carta Magna, estuvo a punto de estallar una insurrección independentista contenida por los intereses esclavistas de su oligarquía y por las potencias imperiales que pretendían proteger las inversiones de sus nacionales. La sabiduría criolla se fortaleció y preparó a los pobladores para 30 años después.

Explorar la cualidad heroica de la comunidad de hombres que han habitado, a lo largo del tiempo, la ciudad de Santiago de Cuba no es oficio difícil si conocemos su pasado, aun aquel más reciente.

Basta remitirse a aquellos momentos de los siglos XVI y XVII, cuando la tenacidad de sus habitantes hizo posible la permanencia al fondo de la hermosa bahía, a pesar de terremotos y ataques constantes del corso y la piratería. Las frecuentes agresiones inglesas a su territorio, luego de la conquista de Jamaica, llevaron a las huestes criollas a combatir en el Caribe foráneo, y el éxito en las operaciones valió para que la Corona española otorgara a la ciudad el título de “Muy noble y muy leal”.

Es en 1741 que la hidalguía criolla de los descendientes y mestizos de aborígenes, españoles y africanos, trascendió las fronteras de la isla de Cuba al impedir la toma de la ciudad mientras se llevaban a cabo los intentos de una expedición británica, de unos 8 000 hombres, dirigida por el contralmirante del mar azul Edward Vernon y el general Thomas Went­worth. El hostigamiento de las milicias y del ejército regular, además de las enfermedades, impidió el avance inglés y la construcción de una base naval en la costa oriental de la bahía de Guantánamo.

No es ajena a esta historia de va­lentía la lu­cha de varias genera­ciones de descendientes de aquellos cientos de bozales angolanos que trabajaron en el Real de Minas de Santia­go del Prado. Los llamados cobreros exigieron su derecho a la autodeterminación y el recono­cimiento de su comunidad criolla —expresada mediante su devoción a la virgen de la Caridad del Cobre— hasta que por Real Cédula de 1800 les fue concedida la libertad. Su ejemplo se extendió a las clases y estamentos desposeídos y se convirtió en leyenda de integridad humana.

Una conciencia política democrática se forjó bajo la influencia de la ilustración y las experiencias vecinas de Haití y Jamaica, del arribo de inmigrantes, soldados y oficiales del continente irredento, de la divulgación de la Constitución gaditana. Y en 1836, cuando el gobernador departamental Manuel Lorenzo proclamó por tercera ocasión la Carta Magna, estuvo a punto de estallar una insurrección independentista contenida por los intereses esclavistas de su oligarquía y por las potencias imperiales que pretendían proteger las inversiones de sus nacionales. La sabiduría criolla se fortaleció y preparó a los pobladores para 30 años después.

En la región santiaguera, las clases populares se unieron a la revolución independentista dirigida por Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868. La familia Maceo-Grajales es paradigma de esta decisión plenamente cubana que durante diez años marcó la postura democrático-radical y aspiró a la abolición de la esclavitud e igualdad social, tal y como se revela en la Protesta de los Mangos de Baraguá. También puede juzgarse en los intentos de Guillermo Moncada, Quintín Bandera y José Maceo en la llamada Guerra Chiquita por revivir el combate independentista. Entre 1895 y 1898 es innumerable el mambisado que aportó el pueblo santiaguero a la contienda por la independencia. El espíritu nacional no quebró con la ocupación norteamericana; contrariamente, el sufrimiento de los pobladores, como consecuencia del sitio a la ciudad, acentuó los principios de autodeterminación.

No es casualidad que la cubanía santiaguera se manifestara durante la primera mitad del siglo XX en impetuosas vertientes de la cultura popular: la música o la danza; en la pelea contra las desigualdades raciales o sociales.

Alcanzará su clímax con la repulsa al golpe de Estado el propio 10 de marzo de 1952, en la protección a los asaltantes al cuartel del Regimiento No. 1, dirigidos por Fidel Castro, quien conocía muy bien la tradición his­tórica de Santiago de Cuba, según juzgó en su alegato de La Historia me Absolverá. Y es el 30 de noviembre de 1956 cuando el pueblo de la capital oriental manifestó su respaldo absoluto a la vanguardia en la búsqueda de la total independencia. Costó la vida de muchos de sus hijos más queridos, asesinados por las hordas del tirano. Su abrigo quedó representado al acompañar espontánea y multitudinariamente a Frank País García has­ta su última morada en plena dictadura.

Alegría inconmensurable para to­dos los santiagueros fue el triunfo revolucionario del 1ro. de enero de 1959 y bien ganadas las palabras de reconocimiento del líder de la Revo­lución aquel día en los balcones del gobierno municipal a la población reu­nida en el Parque de Céspedes. Fidel dio nuevamente las gracias a los santiagueros por su rebeldía, puesta al servicio de la revolución emancipadora cuando se le otorgó el título de Héroe de la República de Cuba y la Orden Antonio Maceo conferidos el primero de enero de 1984, por sus tradiciones patrióticas y revolucionarias de profunda raíz popular.

*(Historiadora.  Doctora en Ciencias Históricas).