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Tomado de CubaAhora
Hay inmigrantes que al criar a sus hijos crean una especie de país dentro de otro, causando algunas confusiones…
Asistir al preescolar, que en 1957 llamaban kindergarten, y encontrar niños que solo hablaban español hizo que mi mente infantil valorara desde otro punto de vista el significado del mostrador de la tienda o bodega propiedad de dos inmigrantes chinos que decidieron mi nacimiento en el entonces muy activo puerto de Casilda, al sur cubano de Trinidad.
Hasta ese momento era solo un mueble sobre el cual colocaban las mercancías compradas por los clientes, pero que yo usaba como instrumento de salto, pues pocas veces usaba la puerta, sino que prefería correr, tomar impulso y brincar por encima de lo que a partir de aquel año percibí como una frontera entre dos mundos, el natal y lejano de mis padres, y el país al cual emigraron para buscar mejores condiciones.
Comenzar la vida escolar fue como salir de viaje al extranjero desde un pueblecito cercano a la frontera, pues hasta ese momento tenía bien delimitado que del mostrador hacia adentro de la bodega/vivienda debía hablar cantonés y comportarme de acuerdo con las costumbres chinas, y hacia afuera, en español y a actuar como cubano.
Aunque hubiera querido ser invisible, fui en el centro de atención en todo: si cantaban, a alguien se le ocurría que yo lo hiciera en chino, si enseñaban alguna nueva palabra, no faltaba quien exigía que la dijera en chino, hasta que un día le argumenté a mis padres que ingresaría al siguiente año en primer grado porque allí no daban clases, sino que solo eran juegos.
Durante todo un curso estuve ideando la manera de que en la enseñanza primaria no se percataran de detalles tales como que el color blanco es el que considero de luto y no el negro, que podía comer con buenos modales llevando la boca hacia el tazon contentivo de los alimentos que a partir de ese momento pinchaba con un tenedor en vez de tomarlos con dos palitos.
No siempre tuve éxito practicando el arte de la invisibilidad, pero reduje todo lo posible a lo que pudiera llamar la atención siendo el raro de ojos rasgados, nariz ñata y cabellera negra e impeinable a manera de erizo cuando el barbero no acertaba a pelarme bien.
Sin dudas, tanto mi madre como mi padre crearon una China detrás del mostrador, tal vez para atenuar la añoranza o quizás con la esperanza de que el próximo fuera el último año en América, es decir en Cuba, porque lograrían una abultada riqueza que les permitiera volver a su terruño natal con un hijo al que entonces debían inculcar hábitos y costumbres chinos, lo cual hicieron sin medir consecuencias tales como crear condiciones para que no enraizara en ninguna parte, no entendiera a unos ni comprendiera a otros, aunque tampoco los demás alcanzaran a caracterizar mi nacionalidad o psicología social.
Un amigo de padre y madre argentino, nacido en España, Julio Alonso, dijo entenderme, pues a él también le sucedía que habia cosas de unos que no soportaba y de otros que no comprendía. Hasta aquel momento, como yo, tampoco había visitado la patria de sus padres.
Los presentes en la charla me dijeron: “Tú eres cubano, no eres chino”, y a él tambié le impusieron “Pues tú no eres argentino, eres español.” Callamos un silencio que ambos interpretamos.
Razones existen para que las ciencias se ocupen más de estudiar a los inmigrantes que a aquellos habitantes que prefieren no cambiar de lugar para desarrollar su vida donde nacieron, pues tal traslado puede significar una transformación total de los hábitos y costumbres y hasta la desgarradora desintegración de las familias.
Y ojalá algún día se encarguen también de investigar a los descendientes de inmigrantes, pues para no insertarlos, sino integrarlos armónicamente al medio, es preciso conocerlos bien, sobre todo por parte de sus padres, que en el de los cubanos, por los más diversos motivos y las más insospechadas vías, salen de la isla en un proceso migratorio tan único en su género y lleno de recovecos, que en nada se parece al de mi papá y mi mamá, quienes agobiados por las penurias de los sureños campos de china antes de 1949, decidieron salir a buscar mejor lugar para mi nacimiento.
Cuando supe por un artículo del colega Andrés Gómez que se estima que 2 millones de cubanos y sus descendientes viven en EEUU, de los cuales 1.1 millón (57%) nacieron en Cuba y 851,000 en el norteño país, me pregunté cuántos de esos hijos habrán crecido también con un mostrador-frontera entre la nación donde viven y la natal de sus padres.