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Post Cuba / “Nos vamos a presentar a las elecciones y vamos a ganar”, así reseñaba El Nuevo Herald las palabras de Manuel Cuesta Morúa, opositor al gobierno cubano.

Según el propio diario de Miami, Cuesta lanzó la propuesta durante la presentación del programa “Todos cabemos. Hacia un proyecto de nación”, de la Mesa de Unidad de Acción Democrática (MUAD), una plataforma creada en 2015 para impulsar una transición.

Las declaraciones y del intento de coalición “MUAD” sacan a flote puntos para el análisis sobre cuán pertinentes y realistas son tales declaraciones.

Son notables las fracturas del conjunto que se hace llamar oposición en Cuba. El panorama semeja una jungla donde la lucha diaria estriba en sobresalir como “líderes”, no para granjearse la popularidad ni la simpatía de la gente, sino para justificar e incrementar pagos provenientes desde organizaciones devenidas mecenas del terrorismo, al estilo de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA).

Lo anterior conlleva a una descoordinación brutal, que además implica la prevalencia de cuestiones personales y económicas (en muchos casos relacionados con propósitos de emigrar), y para nada una subordinación a intereses políticos y de país.

Ninguno de los grupos contrarrevolucionarios ofrece un programa político coherente y popular. En primera debido a las divisiones internas. En segundo lugar, por una visible torpeza intelectual y de pensamiento político que los conduce más a la violencia que al diálogo, para fabricar una imagen en función de los lentes de la prensa extranjera. Un performance con un discurso vacío que solamente, quien no experimente la cotidianeidad de la isla podría suponerle un mínimo de solidez.

De tal modo que no cuentan con un programa político coherente y popular, como tampoco lo es su proyección pública. Falta de estrategia mediática, a pesar de que tienen el favor de las grandes compañías mediáticas. La propia Berta Soler, principal figura de las Damas de Blanco, llegó a declarar, y aún hoy sostiene, que era necesario recrudecer el embargo de Estados Unidos contra Cuba. Incluso el presidente estadounidense ha declarado, enfáticamente, la necesidad de levantar dicho mecanismo legislativo que no solo ha coartado el desarrollo de Cuba y ha sido transversal a la vida sus habitantes, sino que se ha convertido en obstáculo de la propia estrategia de Washington para La Habana.

Opuestos a la normalización de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, se alejan de las aspiraciones de la gente común de la isla, y de la mayoría de los emigrados cubanos.

Más allá del financiamiento que reciben de la derecha más caduca e inadaptada, han sonado escándalos de la gestión turbia del dinero.

Con tales antecedentes, la llamada “oposición” en Cuba pretende ganar puestos en el proceso electoral del 2018. En los pasados comicios, algunos se presentaron como aspirantes a delegados de su circunscripción, sin embargo, no lograron siquiera una cantidad de votos mínima como para tomarlos en cuenta.

En los próximos comicios, o como acaso podría llamarse, en el “proceso 2018” dado el revuelo mediático con dicho número, es previsible que vuelva a suceder lo mismo, porque la credibilidad no se puede inventar en un año, y tampoco se construye sobre bases falsas, como tampoco es así que se hace la buena política ni se sostienen naciones.