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Por Sergio Alejandro Gómez

Restablecer las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, con el bloqueo en pie, sería como sentarse a negociar con un cuchillo en la garganta. Fidel defendió esa idea por cerca de medio siglo y no le faltaban razones.

Claro, el bloqueo podía ser eliminado de un plumazo desde el Despacho Oval cuando el líder de la Revolución, al calor de la Guerra Fría, era quien estaba detrás de los múltiples acercamientos.

Después la Ley Helms-Burton corrió la balanza hacia el Congreso y Fidel dejó de ocupar funciones de gobierno producto de una enfermedad en el 2006, antes de que el primer presidente negro ocupara la Casa Blanca y prometiera “un nuevo comienzo” con Cuba.

El 17 de diciembre de 2014, ante el asombro del mundo, Obama y Raúl anunciaban al unísono que Washington estaba dispuesto a abandonar las políticas “fracasadas” del pasado y La Habana no pondría como condición el fin del bloqueo para avanzar en el restablecimiento de las relaciones.

Aunque Obama hizo lo que ningún otro presidente en la historia estadounidense al pedirle al Congreso que pusiera fin a las sanciones contra Cuba, lo cierto es que durante el último año el cuchillo ha estado justo donde Fidel temía. Pero, contra todo pronóstico, a Cuba no le ha ido nada mal.

Las relaciones son, en el mejor de los casos, asimétricas, aunque haya habido excepciones. Durante las negociaciones con los gobiernos de Gerald Ford y James Carter, en la segunda mitad del siglo pasado, los reclamos de Washington hacia la parte cubana se parecían más a los que le hace una potencia a otra: la contención del despliegue militar cubano para apoyar la independencia de varios países de África, el fin del apoyo de La Habana a las revoluciones en América Latina y su distanciamiento del bloque soviético.

Tras la caída del socialismo real y el fin del enfrentamiento Este-Oeste, las aguas de cierta manera volvieron a su nivel. Cuba no tiene tropas fuera de sus fronteras ni promueve revoluciones armadas. En su lugar, ha desplegado médicos en medio mundo y ayudado a formar profesionales de decenas de países en desarrollo. Al mismo tiempo mantiene engrasada una diplomacia que envidiarían algunas potencias extranjeras y sirve de mediadora en conflictos de larga data. La Revolución cubana constituye un símbolo para muchos países del Sur, especialmente para los latinoamericanos y caribeños, y ese fue un peso que sintió Washington en sus espaladas para tomar la decisión final.

El 17D dio paso a una hoja de ruta no solo para el restablecimiento de las embajadas, sino para avanzar en diversos temas de interés bilateral.

Desde entonces, Obama ha utilizado sus prerrogativas presidenciales para avanzar en el desmantelamiento de algunos aspectos del bloqueo que son contraproducentes para su nueva estrategia. Si el primero grupo de medidas estaba centrado sobre todo en el sector privado y las telecomunicaciones, la práctica y los diplomáticos cubanos le demostraron que tenía que ir más lejos para hacer viables sus propias intenciones.

Aunque a veces se pasa por alto, el 17 de diciembre también regresaron a la isla tres de los Cinco Héroes que permanecían en cárceles de los Estados Unidos, incluido Gerardo, quien cumplía una condena de dos cadenas perpetuas. Al mismo tiempo, se le encontró una solución humanitaria al estatus de Alan Gross, el estadounidense apresado en Cuba por sus labores subversivas. Su muerte o un deterioro agravado de salud habrían supuesto un fuerte obstáculo para avanzar en cualquier tipo de diálogo.

La histórica visita de Obama a Cuba en marzo de este año, la primera de un jefe de Estado norteamericano en ejercicio desde 1928, fue uno de los puntos más controvertidos de la última etapa. Algunos consideran que el presidente estadounidense recibió la mesa servida en La Habana para avanzar en sus propios intereses. Otros apuntan que Obama viajó al país sin una sola concesión de principios, se reunió en igualdad de condiciones con la dirigencia histórica de la Revolución y se tiró una foto con la estatua del Che al fondo, el mismo que dijo que al imperialismo no se le podía dar “ni tantito así”.

En cualquier caso, no es poco lo que han logrado ambos países en tan poco tiempo. En los últimos 19 meses se han firmado 10 acuerdos que y durante los 56 años anteriores, Washington y La Habana solo habían concordado en siete puntos y tres de ellos estuvieron dedicados a los problemas migratorios tras momentos de crisis. Además, por primera vez, Cuba tiene una plataforma para avanzar en reclamos centenarios como la devolución del territorio ilegalmente ocupado por la Base Naval en Guantánamo.

La lógica de fondo es que cada paso que se da es una razón menos para mantener el bloqueo y un argumento para los que apoyan que se le ponga fin. Y el Congreso, quien tiene la última palabra, comienza a dar signos de vida. El diario The Hill asegura cada vez son menos los legisladores que apoyaban la restricción de los viajes a Cuba. Hace pocos días, el representante por Arkansas, Rick Crawford, retiró una enmienda a favor de permitir los créditos privados para la compra de productos agrícolas por parte de la Isla, a cambio de un compromiso de los legisladores de origen cubano de encontrar una solución a largo plazo.

Las cosas cambiarán “más rápido de lo que muchos piensan”, dijo recientemente el influyente asesor de Obama, Ben Rhodes, uno de los tanques pensantes detrás del cambio de política hacia Cuba.

Su idea y la de muchos otros miembros del establishment estadounidense es que el bloqueo sirve como excusa para los problemas administrativos del Gobierno cubano y le da un aura de legitimidad al David que lucha contra Goliat.

Otros dudan de que Washington se deshaga tan fácilmente de su principal arma de presión contra Cuba.

“Algunos lo entienden al revés: el acercamiento no es un regalo para los Castros, es una amenaza para los Castros. Una embajada estadounidense en La Habana no es no una concesión, es un faro”, dijo en la Florida la casi segura candidata demócrata a las elecciones de este año, Hillary Clinton, quien se opone al bloqueo y bien pudiera ser la próxima inquilina de la Casa Blanca.

“No somos ingenuos, conocemos cuál es el objetivo estratégico de EE.UU. y no bajaremos la guardia, estaremos siempre alertas”, aseguró por su parte Granma Josefina Vidal, el rosto diplomático cubano en las negociaciones para la normalización de las relaciones. “Se trata de aprovechar las oportunidades, a la vez que se tiene claridad y se manejan los retos”.

El arte para Cuba sigue siendo sentarse a negociar sin perder la garganta.