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/Turquinauta

14054076_1118893098186582_7472823663685905185_nEx cubano, es cubano o no es cubano, todo un debate público cuando el periodista Randy Alonso, comentó que la postura del vallista Orlando Ortega no era propia de un nacido en Cuba al negar este  la bandera tricolor como suya y asumir -sobreactuando mediáticamente – la enseña roja y gualda de España, lo cual se convirtió nuevamente en una discusión ácida entre compatriotas. El asunto, que ya se comienza a disolver en el tiempo, me deja dos ideas: La primera es la cuestión de la defensa de la cultura cubana como responsabilidad de los intelectuales y de todos los cubanos. La otra está relacionada con los cada vez más comunes incidentes desafortunados y contrapunteos políticos entre colegas que si bien no tienen por qué pensar igual en los detalles, se supone deben asumir como uno solo las esencias. A el primer asunto dedicaré esté texto, el segundo merece por lo complejo una cuartilla aparte.

La actitud del corredor “español” no resiste un minuto de análisis, el desdén por la bandera de su patria de origen fue evidente y, esa postura, ya la calificó Bonifacio Byrne en sus versos antológicos cuando llamó “cobarde” a quien no ame a su bandera. Me preocupó más la vacilación, la duda, el eufemismo, la disquisición académica de un hecho al que cualquier cubano entero no le ve otra reacción que la repulsa, o cuando menos el desdén.

Sobre este suceso  he leído opiniones insípidas, falto de bravura, colgadas en las ramas, los deslices tangenciales o los laberintos de la semántica. Miradas desde la valla, lejos del toro.

Será acaso ¿qué bajo los efectos del pragmatismo, la desordenada modernidad, la sórdida política de seducción anticubana, o vaya usted a saber qué cosa, para algunos se produce un vértigo, los límites de la Patria se diluyen y difuminan, dando paso gradualmente a una suerte de desidia, a una pérdida de la identidad y de las diferencias, que esa identidad te da?

Esta alerta va mucho más allá del incidente mismo y se extiende por toda la realidad cubana. Por ejemplo cuando se asumen posturas desmedidas en defensa de la bandera gringa o cuando se ofrecen con todo desparpajo en las tiendas de suvenires la cubana en objetos que la desvalorizan o la denigran.

Va también a lo que ocurre con la negación del arte nacional para sustituirlo por algo que no es arte, ni tiene país de origen, sino es una construcción artificial destinada a desarraigar y colonizar. También cuando se asumen posturas conservadoras disfrazadas de revolucionarias, cuando se quiere hacer ciencia sobrevalorando los exótico a costa del desprecio de lo propio, o cuando se niega la historia y sus protagonistas en favor de la desmemoria conducta útil a quienes rastrean las huellas de nuestros defectos con el fin de darnos caza. Todo esto conduce a un punto: comprender que la defensa de la cultura, en toda su dimensión, es hoy esencial para salvar a Cuba.

Sobre la necesidad de salvar a Cuba escuche hace unos días hablar al pintor y escultor cubano Alberto Lescay. Habló con vehemencia sobre el tema en un mensaje tan grave como “La Patria está en peligro” El artista consideró el papel que juegan los intelectuales y los creadores en esta contienda “Es una enorme responsabilidad para nosotros (los artistas) que no estamos tan consientes a veces que la nación está sobre nuestros hombros, y creo que podemos hacer más de lo que ahora hacemos”. A esa duda sumo la que antes comenté. Es una responsabilidad inmensa de todos los intelectuales quienes a veces no estamos, o parecemos no estar al tanto de la responsabilidad que tenemos.

El autor del Maceo en la Plaza de la Revolución santiaguera  recordó aquella noche el discurso  de Fidel  el Aula Magna de la Universidad de la Habana en noviembre del 2005 cuando alertó de la posible autodestrucción de la Revolución “también se refería a la cultura” aseguró Lescay. Entonces el artista expresó una acción destinada a contribuur s resolver este problema “Tenemos que alertar a nuestros dirigentes de que nuestro trabajo debería ser más respetado, tenemos que ser inteligentes y hacer mejor nuestro trabajo. Si no andamos bien vamos a perder ese tesoro que es la cultura cubana” Aquí entonces subrayo: el sentido de hacernos respetar por la inteligencia y el rigor de nuestro trabajo, es una condición para todos los intelectuales, no solo para los artistas.

Asumir posiciones vacilantes, perder la perspectiva ante escenarios complejos, ir a las ramas cuando nos necesitan en las raíces, es irrespetarnos nosotros mismos y debilitar nuestro papel en la defensa de la cultura, la nación y la Patria.

El muy cubano y camagüeyano periodista Enrique Milanés León en un texto que defiende la identidad cubana recordó: “La batalla por la real imagen de los cubanos y su relación con nuestra tierra es larga. Ya José Martí tuvo que ubicar, con pluma inigualada, lo que somos realmente. Cuando en chispeantes días de 1889 el periódico The Manufacturer, de Filadelfia, publicó que éramos un «pueblo afeminado» de «vagabundos míseros y pigmeos morales» y de «inútiles verbosos, incapaces de acción, enemigos del trabajo recio», y el neoyorquino The Evening Post lo respaldó, el Apóstol recordó a ambos en su Vindicación de Cuba, que los cubanos «… hemos peleado como hombres, y algunas veces como gigantes para ser libres»”.

No me imagino a Martí tratando con guantes de seda y palabras difusas conductas como la del vallista español nacido en Cuba, quien se formó como atleta y creció sin riesgos amparado por  la Revolución para luego, en la cúspide de su victoria, negarlas despectivamente.

Como Martí en su tiempo, los intelectuales, los cubanos todos, hemos de sentir a Cuba en la sangre y en el brazo con pasión y sin vacilaciones. Por cada nacido en esta tierra caribeña que rechace la bandera de la estrella solitaria, hay millones, dentro y fuera de la Isla, quienes están dispuestos a vindicarla sin vacilación en cualquier campo y en cualquier pista.