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Lo ocurrido en Cuba los últimos días solo puede entenderse de esta forma: en el activismo, como en la política, hay personas comprometidas y personas profesionalizadas. Hay personas que dedican su lucha a la superación del status quo y personas que necesitan el status quo para justificar su lucha. Sin embargo, tarde o temprano, llega la encrucijada que quita las máscaras y nos deja saber quiénes están en una categoría y quiénes están en la otra.
Y efectivamente llegó la encrucijada. Un grupo de activistas que no actúan (para ser activista hay que actuar en función de una causa concreta y no simplemente calificarse a uno mismo como tal, sin aportar nada más) decidió convocar una “marcha alternativa” tras la decisión, cuestionable o menos, del Cenesex de suspender la tradicional “Conga contra la homofobia” que desde hace ya varios años se ha convertido en una cita habitual en Cuba. La marcha, inicialmente y según relatan algunos de los mismos testigos que la presenciaron, a pesar de no estar autorizada (lo normal en cualquier parte del mundo cuando se pretenda interrumpir el tráfico en la vía pública) se desarrolló pacíficamente y sin ningún problema a lo largo del Paseo del Prado en La Habana. Hasta aquí la reivindicación. Los problemas surgieron después, cuando algunos de estos activistas, como era de esperar, decidieron que el objetivo de la marcha no podía ser la “simple” protesta contra la discriminación, sino tenía que ir más allá, es decir, convertirse en algo politizado y antigubernamental, provocar eventualmente la confrontación con la policía, aprovechar todo el cerco mediático que se había montado para la ocasión (los mismos medios que jamás le darían el mismo cubrimiento a los actos o eventos organizados por el Cenesex), y dirigir entonces su protesta contra su verdadero enemigo, el mismo Cenesex. Sigue leyendo