Como era de esperarse, al fortalecerse el enfrentamiento a coleros, acaparadores y revendedores, los medios anticubanos y algunos que hacia lo interno les hacen el juego, tratan de justificar su censurable proceder, victimizándolos, minimizando el impacto negativo de su accionar sobre la sociedad a la vez que, le intentan endilgar un carácter racista a la respuesta de las autoridades a sus actividades.
Los “argumentos” que se esgrimen en estas tergiversaciones mediáticas de la realidad resultan insostenibles cuando se contrastan con esta.
En Cuba la Constitución y el Código Penal tienen artículos específicos, donde reconocen la prohibición a la discriminación por raza, sexo y género, así como el derecho de todo ciudadano a la igualdad.
El racismo no forma parte ni del pensamiento, ni de la política del gobierno. Tampoco se encuentra dentro de la cultura de actuación de las autoridades.
Al margen de estas premisas que, de por si desmienten la falsa acusación de racismo, existe la realidad innegable de que, el accionar sobre los coleros está dirigido a impedirles continuar desarrollando actividades que perjudican a la mayoría del pueblo, a la cual el Estado está en la obligación de proteger. Pero, además, los coleros no son todos de piel negra.
Por otra parte, es conocido que en Cuba no han existido despidos masivos, ni en el contexto de la enfermedad ni fuera de este, por el contrario, se han tomado medidas para proteger y ayudar no solo a los que laboran en el sector estatal, sino también en el privado, en este último con medidas como, exonerarlos de pagar impuestos.
Entonces, no puede argumentarse que al quedarse sin trabajo en una situación compleja como la que vivimos han tenido que recurrir a ese tipo de cuestionables actividades.
Ninguna persona pierde su sensibilidad humana, ni sus principios éticos, ni adquiere ese tipo de “habilidades” de la noche a la mañana, por lo tanto, el SARS-CoV-2, no es el culpable de sus “malas costumbres”.
Por eso no es descabellado pensar que, antes de la pandemia se dedicaran a otras actividades un tanto semejantes a las que hacen ahora, por ejemplo:
A desempeñarse como mulas, “empleo” que consiste en adquirir en otros países artículos de diversa índole para revenderlos posteriormente en Cuba. Al estar cerradas las fronteras no pueden viajar, y entonces las fuentes de los artículos a revender son las tiendas cubanas.
También pudieran haberse estado dedicando sin licencia, ni fuente licita de abastecimiento a la venta de diversos productos en calles y portales. Al incrementarse el control de las autoridades sobre los lugares en que se avituallaban, y las restricciones impuestas por las medidas para controlar la Covid-19, han tenido que cesar sus sui géneris “negocios”.
Y en esa masa heterogénea no deben faltar los vagos habituales, los que operan al margen de la ley y otros que viven del actuar de todas estas personas.
Solo adaptaron sus “especialidades” a las nuevas circunstancias, lo único que ahora causan un mayor daño con ellas.
Es decir, hace mucho que, por propia voluntad, sin reparar en el daño que causan, ni en las violaciones y delitos en que incurren al ejercerlas, viven de ellas; desaprovechando las oportunidades que, un sistema social como el cubano les brinda a todos los ciudadanos para su desarrollo profesional y personal.
Antes de continuar aclaro que, no estoy afirmando que todas las mulas y vendedores digamos que ambulantes hayan mutado a coleros y sus derivados.
Minimizar el impacto negativo de sus actividades sobre la gran mayoría del pueblo es una falacia.
Las entrevistas realizadas por los medios de difusión masiva a cubanos de a pie, demuestran el malestar de estos, por no poder acceder a productos de primera necesidad a consecuencia del accionar de estos personajes.
Y es que, al “reciclarse” en las colas, acaparar para después revender a precios inasequibles para la gran mayoría de los cubanos, esos malandrines están impidiéndole a esa mayoría que, es la principal fuerza que nos ha traído hasta aquí, que sigue empujando el tren de la Revolución hacia el futuro y que constituye la base donde ella se asienta, adquirir esos productos de primera necesidad, incrementando sus carencias y las de sus familiares, imponiéndoles mayores sacrificios, a la vez que sacan jugosas ganancias de esas deleznables actividades.
Por eso tratar de justificarlos o victimizarlos es tan censurable como lo que ellos hacen.
Si hoy somos más fuertes, más justos, más fieles a nuestra condición humana es gracias a ti, a la inconmensurable bondad que te habitaba, y que supiste entregar sin reparos, sin egoísmos y, sobre todo, sin esperar jamás homenaje alguno por lo que siempre consideraste tu deber
En su pecho, los niños encontraron siempre el cálido y tierno abrazo. Foto: Arnaldo Santos
No pocos se han preguntado a lo largo de los años de dónde provenía la energía inagotable del líder histórico de la Revolución Cubana. Cómo lograba ese hombre excepcional andar sin descanso, sin treguas, con su noble pensamiento puesto siempre en el bienestar de su pueblo, en la posibilidad de un mundo con cabida para todos, con derechos y oportunidades para todos.
La respuesta a esas interrogantes no está en su estatura, ni en su físico o su pasión por el deporte, ni siquiera en la capacidad que tuvo de entrenar su pensamiento y devorar para eso cada palmo de la historia de su Patria. Había algo mucho más poderoso, algo que lo llevó a entregarse por completo a la humanidad, que lo dotó de la irrenunciable vocación de que «hacer», para transformar y crear, es el más sagrado deber de un hombre. Lo que convirtió a Fidel en líder natural, en ejemplo de humildad y desprendimiento, en artífice de esta obra imperecedera, fue el mayor regalo que dejó Martí para él y para su generación: la sensibilidad humana.
No florecen el talento ni la voluntad, no crecen los sueños ni son los retos alcanzables si el corazón no se conmueve. Se necesita sentir, identificarse con las causas nobles y hacerse parte de ellas para que fluya de verdad el destino de un hombre. Quien no tiene la capacidad de sufrir el dolor de los demás, de ponerse en el lugar del más desprotegido, de disponerse a actuar en vez de quedarse impávido creyendo que nada se puede cambiar, no tendrá mucho que legar para la historia.
Lo cierto es que el muchacho de Birán desde muy temprano aprendió del respeto, del valor de cada ser humano, de que las clases sociales o el color de la piel, no definen a ninguna persona y que por el contrario, son los valores los que definen lo que somos.
Pero había mucho de superficiales diferencias en la Cuba de su niñez, adolescencia y juventud. La pobreza negaba los más elementales derechos humanos, la humildad era equivalente a vejámenes y discriminación, la falta de recursos implicaba poca o nula oportunidad de suplir las necesidades más básicas.
Esas fueron las razones que lo llevaron hasta los muros del Moncada, que lo pusieron en el camino sin retorno de vencer o morir, para hacer justicia al Apóstol, al pueblo, a Cuba. Si alguien dudó en algún momento de la determinación que ya le acompañaba, fue su alegato de autodefensa el más claro manifiesto de las razones por las que él y sus hermanos habían llegado hasta allí y para entonces, tuvieron todos la certeza de que aquel acto de
incalculables dimensiones, era un llamado de rebeldía que ya no podría ser acallado.
No hubo aquel día palabras edulcoradas ni argumentos manipulados por la capacidad de oratoria del interlocutor, hubo revelaciones muy duras, verdades puestas al descubierto y lanzadas con dignidad a la cara de los tiranos. Verdades definidas por el sufrimiento de un pueblo que no tenía derecho a la tierra, ni a la salud, ni a la educación, que no podía soñar con una vivienda digna, que enfrentaba altos índices de desempleo. Desde ese momento y para siempre, Fidel Castro se convirtió en mucho más que en su propio abogado, en mucho más que el abogado de quienes abrazaron la lucha junto a él, sino en el abogado de los humildes y desprotegidos a los que después, la propia historia le dio la oportunidad de reivindicar.
Porque aquel muchacho que pudo haber elegido las ganancias de un bufete o la piel de un hacendado, no nació para vivir ajeno a su mundo circundante. Aprendió a tener visión crítica, aprendió a forjarse sus opiniones, a construir criterios sólidos. Eligió el lado del deber y de ese lado transcurrió su existencia, sin perder jamás la perspectiva de vivir y sentir, como vivía y sentía su pueblo.
Fueron también esos valores los que le merecieron el respeto de sus correligionarios, porque hubo siempre en él un elevado sentido de otredad, una capacidad inigualable de considerar igual de importante hasta al último de los revolucionarios en la Sierra Maestra o en el llano. Escuchó y defendió siempre a la mujer, y fue artífice de que las cubanas ganaran, por mérito propio, un lugar protagónico en cada una de las etapas por las que transitaba el proceso revolucionario. Respetó incluso a los enemigos, y en no pocas ocasiones durante la lucha armada les dio lecciones de civismo y justeza.
Fidel sintió el dolor del campesino, y al campesino le dio la tierra que siempre trabajó y a la que nunca pudo aspirar; supo leer la frustración y el desamparo en los ojos del analfabeto, e impulsó la Campaña de Alfabetización. Rechazó de manera enérgica la explotación y por eso fundó un país basado en el trabajo justo, noble, donde el obrero fuera siempre escuchado y gozara de representación. Fue ese mismo Fidel el que impulsó la nacionalización de la industria como paso imprescindible para que Cuba dejara de ser desangrada desde el Norte, el que declaró para el mundo el carácter socialista de la Revolución Cubana, radicalizando así la postura de la sociedad que para el bien de todos se edificaba en la Isla.
Comandante en Jefe de la verdad, de los principios más elevados, de la transparencia. Subió a un tanque en Girón porque sabía que los milicianos se batían cara a cara al enemigo y él debía estar allí, nadie pudo detenerlo. Tampoco lo detuvo nadie cuando la fuerza de la naturaleza bajo el nombre de Flora, hacía sus estragos en el territorio nacional, y a riesgo de su propia vida salió a dirigir personalmente las acciones de rescate y salvamento de su pueblo, de ese pueblo que confiaba tanto en él. Cuánto amor hacia su gente tenía aquel hombre inmenso, que recorría los hospitales cuando el dengue hemorrágico arrebataba vidas.
Compartió siempre el dolor de las familias cubanas enlutadas por los actos terroristas más crueles, y desde su verbo encendido transmitió, en cada uno de esos difíciles momentos, la confianza y la seguridad de que cada vida arrebatada era un motivo para abrazarnos, cada vez con más fuerza, a la libre determinación que como pueblo teníamos para elegir nuestro camino, y convirtió cada tribuna, nacional e internacionalmente, en un espacio de denuncia para desenmascarar a quienes bajo la piel de salvadores del mundo, ocultaban el odio infinito por los países capaces de sacudirse siglos de dominación.
Lo vimos abrazar a los niños de Chernóbil, abrirles las puertas de este país para darles la oportunidad de recuperar más que su salud, sus sueños, su sonrisa, tras el terrible accidente nuclear.
Fidel nos enseñó que un pueblo no puede vivir solo para sí, que solo es verdaderamente grande una Patria que es capaz de darse al mundo, o lo que es lo mismo, a la humanidad. Nos mostró que la solidaridad es un principio ineludible para todo el que se sabe revolucionario y bajo ese principio contribuimos a derrotar al apartheid en África, y con batas blancas hemos recorrido el mundo, devolviendo esperanzas tras fenómenos naturales, regalando millones de consultas a personas sin acceso a los sistemas de Salud privatizados, haciendo frente a enfermedades como el ébola o la terrible pandemia provocada por la expansión del nuevo coronavirus.
La madurez que dieron la historia y el bregar diario a aquel joven impetuoso, le permitieron comprender como defendió siempre el Apóstol, que Cuba debía ser un faro para la América toda. Por eso, nunca ha faltado el apoyo de esta isla a los líderes progresistas del continente, y tampoco la denuncia oportuna cuando las enrevesadas arremetidas imperiales promueven el crimen, la persecución, los golpes de Estado y todo aquello que implique la intromisión en los asuntos internos de un país soberano.
Fue siempre la sensibilidad, motivación infinita del líder de la Revolución, fue esa capacidad de reconocer la injusticia, de apelar a la conciencia de los seres humanos, de demostrar a las personas que no existen imposibles para quienes nunca se cansan de luchar, lo que le permitió transmitirnos con su ejemplo primero, la voluntad de no dejarnos vencer, de impedir que las circunstancias adversas anulen nuestra determinación de seguir adelante.
Así hemos hecho frente a agresiones de toda índole: económicas, políticas, mediáticas. Todas, se han estrellado en la coraza moral de esta nación, que se ha tatuado a Fidel en el pecho, que optó sin duda alguna por su continuidad, nunca por su muerte, que se ha unido de manera irreversible porque también de él aprendimos que dividir a un pueblo es la manera más fácil de vencerlo.
Por eso agosto es y será siempre el mes de su cumpleaños, el mes en que sin importar los años que pasen celebraremos su vida, porque, desaparecer, es una palabra que nada tiene que ver con una existencia que fue tan pródiga, con un legado que trasciende al tiempo, a la carne y a los huesos.
Muy diferente sería el mundo si los enfermos de poder hubieran abrazado solo un poco de su preclaro pensamiento. Hoy seríamos más fuertes, más capaces de hacer frente a situaciones que sobrepasan nuestras diferencias políticas, ideológicas o sistémicas, y pensaríamos más en salvar a esa especie, que según su certera alerta está en peligro de desaparecer: el ser humano.
Pero aunque no podamos esperar mutaciones de conciencia, que a las claras no van a suceder mientras el capital domine los destinos de millones de personas en el mundo, y los utilice como un simple combustible para mover sus implacables maquinarias, podemos hacer nosotros nuestra parte, y la hacemos sí, en su honor, y en nombre de todos los que dieron sus vidas por la nuestra.
Felicidades Comandante en Jefe, y no solo por un año más de vida multiplicada, sino por haber sabido ser ante todo, por encima de todo, humano. Por haber llevado siempre los pies sobre la tierra, los ojos en tu pueblo, el corazón latiendo por el bien común.
Si hoy somos más fuertes, más justos, más fieles a nuestra condición humana es gracias a ti, a la inconmensurable bondad que te habitaba, y que supiste entregar sin reparos, sin egoísmos y, sobre todo, sin esperar jamás homenaje alguno por lo que siempre consideraste tu deber.
Aquí estamos, de pie, por voluntad propia, porque este, el pueblo de Fidel, jamás se rinde, porque no hay dudas del camino elegido, porque creemos que un mundo mejor es posible y no renunciamos a hacer nuestra parte para que eso ocurra.
«La ciudadanía estudiantil es la que custodia el fuego sagrado de la esperanza de los pueblos, y la guardan con su inviolable capacidad de soñar», Eduardo Galeano Foto: Anabel Díaz
Futuro, esperanzas, ímpetu, creatividad, dígase juventud y se habrán resumido todas esas palabras. Pero si esa juventud se apellida «cubana», entonces habrá que añadir voluntad, amor patrio, espíritu de sacrificio, plena conciencia del hoy y el ahora.
Y no se trata solo de los hijos de este tiempo, es una tradición, una herencia que ha vencido los avatares de la historia, porque, ¿quién puede dudar del papel de las más nuevas generaciones de cubanos en momentos definitorios para el destino de la Patria?
Para los hijos de esta tierra, la cortedad del tiempo vivido nunca ha sido sinónimo de enajenación o de refugiarse en la inexperiencia para escapar del deber. Por el contrario, a los jóvenes cubanos los habita desde siempre un altísimo nivel de madurez y compromiso, una increíble capacidad de reaccionar ante los retos del presente que a cada generación en su momento le ha tocado vivir. Qué mejor ejemplo que el de aquellos que abrazaron al Apóstol y lo hicieron renacer en el año de su centenario, para no permitir que muriera nunca más.
Desde su primer día de existencia, puso la Revolución en sus jóvenes el mejor de los estandartes, la confianza plena de que jamás le fallarían, y por eso su rol nunca ha sido pasivo, sino un indispensable sustento para el andar victorioso de esta obra social.
El reto impuesto a nuestro país por la pandemia, y con él, el llamado a fortalecer la unidad de todo el pueblo, han devenido otro ejemplo excepcional de la manera en que responden si la Patria los convoca. Ciento diez mil de ellos han sido merecedores de la condición Jóvenes por la vida, y es ese el resultado de sus incansables horas en las salas y pasillos de un hospital, de sus aportes a las tareas productivas, de su andar con alimentos para personas vulnerables, de su responsabilidad al asumir la protección del pueblo en espacios públicos. No ha habido un solo frente de batalla contra este virus mortal en el que no haya estado presente el orgulloso relevo de los que a su vez, también han sido continuidad.
Hoy, cuando se celebra el Día Internacional de esa edad maravillosa, tienen los cubanos que transitan esa etapa de la vida disímiles motivos para festejar pero saberse útiles es, sin duda alguna, el mayor de todos.
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