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Por Eric Caraballosa
Pues sí, ya Santiago de Cuba tiene su malecón. No es que la noticia sea de ayer –su apertura oficial fue en julio pasado, durante los festejos por los 500 años de la urbe–, ni que el hecho tenga un cariz extraordinario. A fin de cuentas, parece natural que una ciudad se empeñe en engalanar su cercanía a la bahía que circunda.
Tampoco el problema es que el malecón sea, en sí mismo, un problema. En lo absoluto. A pesar de su acelerada construcción, cuyas huellas pueden rastrearse sin gran esfuerzo en las superficies nunca rectas de las numerosas jardineras-bancos y del propio muro con vista al mar, el sitio le ha impregnado un nuevo espíritu y significado a una zona histórica que padecía desde hacía algunos años cierta desidia y olvido institucional. Sigue leyendo