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Por Joel Macías Rivas
El 10 de marzo de 1952 el General Fulgencio Batista dio un golpe de estado, cuando parecía inminente que en las muy cercanas elecciones llegarían al capitolio, después de la muerte de Eduardo René Chibás, los aspirantes a la presidencia de la república por el Partido Ortodoxo, empoderado del pueblo cubano.
Hubo denuncias y manifestaciones, los estudiantes universitarios y los obreros intentaron tomar las calles y las tomaron en algunos lugares; los tribunales hicieron oído sordo y se plegaron: el derecho de los cubanos a darse el gobierno que quisieran por la “vía democrática, las elecciones”, había sido escamoteado y empezó a “gobernar” en Cuba la tiranía más sangrienta conseguida en la historia reciente de nuestro país. Sigue leyendo