
“Por la noche di una pequeña charla sobre el significado del 26 de Julio; rebelión contra las oligarquías y contra los dogmas revolucionarios.”
“El socialismo económico sin moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria, pero al mismo tiempo luchamos contra la alienación.”
Las dos citas del epígrafe que preceden este trabajo resumen admirablemente el pensamiento del Che. La primera está contenida en su célebre Diario redactado durante la campaña guerrillera en Bolivia. La segunda en una entrevista que le hiciera Jean Daniel en Argelia. Ambas delimitan los contornos de su proyecto político integral, irreductible a las estériles fórmulas del marxismo soviético imperante en aquellos tiempos y a la redefinición en clave economicista de la gigantesca empresa de construir un hombre y una mujer nuevos. Es necesario recordar estos planteamientos en vísperas del quincuagésimo aniversario del asesinato del Che en Bolivia. Las circunstancias del crimen son archiconocidas y no tiene sentido reiterar aquí lo que es por todos sabido. Nomás basta con recordar que caído en combate, el día anterior, las heridas del Che no ponían en riesgo su vida. Pero la orden emanada de la CIA fue terminante: “mátenlo y desaparézcanlo.” Que no haya un santuario donde descansen sus restos y se convierta en un lugar de peregrinación para sus seguidores de todo el mundo. “Que siga la suerte de Patrice Lumumba”, habrán pensado sus asesinos. El asesinato del comunista congoleño fue aún más vil y canallesco que el del Che. A éste lo mataron de un balazo, uno sólo, disparado a quemarropa. Al africano lo acribillaron a balazos, lo enterraron en un lugar secreto y, poco después, dos oficiales de la policía belga, expertos en esta clase de crímenes, exhumaron el cadáver, lo cortaron en trozos y lo sumergieron en ácido sulfúrico para disolver sus restos y eliminar cualquier posibilidad de encontrarlos. La obsesión del imperio y sus aliados, en el caso de Lumumba los británicos y los belgas, era no sólo matar sino hacer olvidar. La misma obcecación perturbaba el sueño de los estadounidenses cuando capturaron al guerrillero heroico. El plan funcionó con el congoleño, pero fracasó por completo con el Che. Aún desaparecido su presencia se tornó cada día más gravitante y el guerrillero heroico se convirtió en un ícono revolucionario mundial, una bandera de todas las luchas en cualquier lugar del planeta. Allí donde un explotado o un oprimido se levanta contra una injusticia la imagen del Che –inmortalizada en aquella fenomenal fotografía captada por Alberto Díaz (Korda)– se convierte de inmediato en el símbolo universal de la lucha, en bandera de combate contra toda forma de opresión. Treinta años después de su asesinato los restos del Che aparecieron en una fosa común en Valle Grande de donde fueron enviados de regreso a Cuba y hoy descansan para siempre en Santa Clara, la ciudad en donde libró y ganó la decisiva batalla que abriría de par en par las puertas para el triunfo de la Revolución Cubana. Sigue leyendo →