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Banderas, Barack Obama, Cuba, cubanos, Donald Trump, EEUU, estudios sociológicos, Fidel Castro, George W. Bush, Guerra Cultural, Guerra de símbolos, Ideología, industria, mercado, Revolución Cubana, Sociedad
Por Luis Toledo Sande*
Hace pocos días por calles de La Habana un hombre relativamente joven –no muchacho– arrastraba, llenas de viandas, dos cajas plásticas similares a las empleadas para empacar botellas. ¿Sería uno de esos mensajeros que llevan víveres a domicilio, o un revendedor? En ambas llevaba, prendidas a sendas pequeñas astas, banderitas cubanas de las que hace un tiempo se portan en actos públicos.
Esas banderas, por ser de un material mucho más duradero que el papel, no terminan profanadas en la basura, y pueden tener luego otros usos, como en las cajas de las que aquel hombre tiraba de un modo que al testigo le pareció que revelaba orgullo, como en los diplomáticos al engalanar su automóvil con la enseña del país que representan.
También –pensó el testigo, mientras deploraba no haber fotografiado la escena– el hecho contravendría normas legales vigentes sobre el empleo de los símbolos patrios. Pero, si algo infringía, ¿no sería preferible una transgresión como aquella antes que la flagrante proliferación de banderas de otras naciones por todo el país? Suelen aparecer entre indicios de pésimo gusto, a veces acompañadas de la cubana, ignorando el digno reclamo del poeta patriota Bonifacio Byrne, quien frente a la intrusión de la bandera imperialista enérgicamente declaró que aquí basta una sola, la nuestra. Sigue leyendo