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Por Félix López*
Mientras Obama vuela al Sur, por la misma ruta de los fondos buitres, me pregunto si el que estuvo en Cuba fue Barack o aquel doble que semanas atrás puso a reír a La Habana. Primero la sorpresa del saludo inesperado: “¿Qué bolá Cuba?”. La llegada en familia (esposa, hijas y suegra incluida), con la seguridad de que se viaja a un país amigo. La buena onda y el desenfado. Una primera comida cubana en el corazón de Centro Habana. La sonrisa de oreja a oreja. El encuentro con Pánfilo. Un dominio milimétrico de la comunicación. El Pueblo como destinatario del discurso. Flores a Martí, una foto con el Che y una cena con Castro (Raúl). El harakiri correspondiente para “superar” en dos días más de un siglo de desencuentros. Y por último, la conclusión: «He venido aquí a enterrar los restos de la Guerra Fría».
Todo esto, dicho así en un párrafo parece una soberana locura, una tomadura de pelo. Obama vuela a Buenos Aires y deja los titulares encendidos. Emociones encontradas. Gente que lo entiende todo y amigos que no comprenden nada. En Cuba le han levantado la misma mano con que ordenó más de una guerra innecesaria. En la Isla le han reconocido que ha tenido el valor de cambiar el rumbo de la historia. Pasar sobre la derecha que en el Congreso y en el Versalles pide las cenizas y no el bienestar de los cubanos. Pero como en toda obra se ha cerrado el telón. Y mañana Cuba despertará todavía bloqueada, con la base de Guantánamo ocupada, y las peñas beisboleras discutiendo a viva voz sobre la victoria de Tampa Bay Rays vs Cuba (4-1). Sigue leyendo